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RECORDANDO A AVELINO
       Mi preferencia por esta novela de Avelino quizá sea coyuntural, marcada por la creencia en que supimos responder con la palabra “lucha” a la pregunta ¿qué hacer?, y por la creencia en que no hemos sabido responder aún al dilema “Ganar o Perder” planteado frente al resultado de la acción de la que fuimos protagonistas en nuestra juventud: cuando nuestra acción no era la respuesta a la pregunta “privada” de cómo vivir, sino a la “pública” de “¿qué hacer?” cuando, por tanto, nuestra vida la podíamos sentir como parte del presente en el que se hacía la historia de España. No hace falta para encontrarnos, buscarnos en los periódicos.

    No hay nostalgia alguna en mi ánimo, os lo aseguro; simplemente siento que es una obligación con nosotros mismos intentar comprender aquello. No creo que tengamos derecho a una paz resignada o a la amargura impotente o a la incredulidad senil en el juicio de aquel tiempo. Ni a enfocarlo sólo desde la perspectiva de cómo nos fue la feria a cada uno de nosotros, aunque hayamos aprendido lo importante que es la propia vida de las personas, la nuestra también.

    Recuerdo que Avelino estuvo presente entre los primeros que comprendió que había que “abrirse” después que, exhaustos, acabáramos nuestra lucha y marcháramos por la senda de la aventura, de la trayectoria personal. Pero creo que nunca sintió la necesidad de mutilar su pasado; ni de esconderlo. Precisamente en la solapa de su novela mas intimista “Una casa a la orilla del río” se presentó a sí mismo de este modo: “dirigente de la Organización Revolucionaria de Trabajadores saldó con media docena de quehaceres y algunos libros su compromiso con la democracia naciente y pasó a mejor vida”.

    Efectivamente ya no se podía ni hoy se puede completar aquel tiempo con la acción, pero sí con el pensamiento aunque hayan transcurrido 25 años. Y quizás Avelino hubiera contribuido a hacerlo con las novelas que no dejó escritas. Aprovecho para decir que nuestro amigo Mario Grande, ha escrito una novela “Carfax”, de las mejores sin duda sobre aquella época, aunque sea casi por completo desconocida, en la que, he creído ver el brillo de una ausencia que aún parece dolernos quizás porque aún no la hemos hecho frente comprendiendo colectivamente nuestro pasado.

    Como diría el poeta, nosotros los de antes ya no somos los mismos. Pero ¿tanto hemos cambiado?.

    Siento que Avelino no cambió apenas: ni en su naturaleza, ni en el principio que le movía. Me lo confirmó la lectura de las cartas que publican sus hermanos hablándonos de él.

    Por eso su recuerdo me lleva a deciros que, aunque lo hayamos perdido, no olvidemos el tesoro que un día tuvimos. ¿Qué tesoro? Lo explicó, antes de que nos ocurriera Hanna Arendt: “Los hombres de la resistencia europea no fueron los primeros ni los últimos que perdieron su tesoro. La historia de las revoluciones... se puede narrar bajo la forma de una parábola, como el cuento en el que un tesoro de la edad dorada, bajo las circunstancias más diversas aparece abrupta e inesperadamente  y desaparece otra vez, en distintas condiciones misteriosas, como si se tratara de un espejismo: Habían descubierto que quien se unió a la Resistencia, se encontró a sí mismo”.

    Un día ya lejano nos unimos a la lucha contra la dictadura franquista, cobijando nuestro atrevido y generoso ánimo en un mito revolucionario. Han caído mitos, pero contribuimos a cambiar realidades de aquel tiempo. Puede que quien entonces no se encontrara a sí mismo siga hoy tan perdido como siempre.

    Avelino nunca lo estuvo.

    Permitidme una última y breve reflexión: Creo que los españoles de hoy, al igual que los de ayer, saben, sabemos, responder con más acierto a la pregunta ¿cómo vivir? que a la pregunta “¿qué hacer?”, y que no siempre encontramos el equilibrio necesario entre una y otra respuestas. Padecemos demasiadas quiebras generacionales en nuestra vida colectiva, pública; quizá la última quiebra se ha producido porque una generación de luchadores se ha dejado hundir sin resistencia en el abismo del olvido.

    Sea como sea me siento complacido y orgulloso de que al decidir qué hacer esta hermosa mañana del otoño madrileño, nuestra respuesta haya sido: Vivirla con Teresa recordando a Avelino Hernández, que se atrevió a luchar, que se atrevió a vivir.