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RECORDANDO A AVELINO
       Recuerdo a Quini, Joaquín Martínez Trejo, que un día, ya lejano, pero no de su muerte, vino a buscarme al hotel donde me alojaba en Donosti, San Sebastián, donde él también estaba de paso. Ese y otros momentos me hacían sentir, que aunque nuestra empresa quebró, para muchos nos dejó no un “fondo de comercio” del que tienen las sociedades mercantiles, sino un “fondo de amistad” de cuyo valor no siempre acertamos a sacar los réditos, o mejor dicho, a paladear sus frutos.

    La última vez que he sentido la muerte como una mutilación propia ha sido la de Avelino. Su recuerdo hoy nos reúne. Aunque mi torpeza haya podido parecer movida por un aliento algo tétrico, no siento así esta convocatoria. Es más en estos momentos imagino risueñamente a Avelino. A él le gustaba reunir amigos. Le veo: en su rostro hay una contenida y leve sonrisa complacida que me alegra.

    En cambio, durante este último tiempo, cuando con Mª Luisa evocaba a Teresa y a Avelino no podíamos sustraernos a la tristeza.

    La noticia de su muerte -aparecida el 23 de julio, en la nota necrológica firmada por Cristina Cerezales publicada en “El País”- asaltó nuestro ánimo, pero no nos cogió desprevenidos. Un año antes, aproximadamente, habíamos conocido su enfermedad. Con otros amigos pensamos en rendirle visita. Es comprensible que Avelino no quisiera convertir su último tiempo de vida en una continua despedida. De estas las imprescindibles. La sentí ya pues entonces, como una muerte anticipada, que más pronto que tarde, se oficiaría: como él la ha querido sin entierro y sin funeral. Quizá así aprendamos a no despachar el recuerdo con la simple presencia física en un velatorio.

    Teresa, leí ávidamente la hermosa nota que redactó vuestra joven amiga. Si la hubiera leído Avelino creo que hubiera dicho que era muy bella, palabra esta que, me llamó la atención, acudía con frecuencia a sus labios. Lo era; y no se nombraba la espantable palabra de la que acaso yo he abusado.

    Escribía Cristina Cerezales que para Avelino lo más importante era la vida, y lo más importante de la vida el amor, y que la pregunta “¿Cómo vivir?” se había convertido desde hacía años en el único argumento de su obra y de su vida. Cristina aquí repetía una declaración del propio autor.

    Sé que no fuí el único que reparó en lo que la nota no decía. Lo que no podía decir porque Cristina Cerezales no le conoció en aquella época que no puede evocarse sólo con dulzura. No decía que Avelino después de su “infancia feliz” y antes de su “madurez satisfecha” (tomo estas expresiones de la página web oficial del escritor Avelino Hernández) es decir, en su juventud, se había hecho otra pregunta. La misma que nos hicimos quienes estamos aquí, la pregunta que da título a uno de nuestros antiguos catecismos, y que se siguen haciendo miles  de indómitos en todo el mundo, la pregunta que nos unió cuando le dimos idéntica respuesta. Ya sabéis cual: “¿Qué hacer?”.

Así pues la nota no informaba de lo que Avelino hizo en su juventud y en el comienzo de su madurez, cuando la primera pregunta no fue “¿cómo vivir?” -que nos remite a la vida privada- sino la que nos lanza a la escena pública (entonces clandestina), y en la que lo más importante no era el amor, palabra sempiternamente hermosa, sino la lucha, palabra que el tiempo parece haber dejado en desuso y que incluso puede sonar para algunos hoy algo ridícula, pero sin la que no podemos entender ni situarnos en el mundo en el que vivimos.

    ¿Qué respuesta se dio Avelino a la pregunta “Cómo vivir”?. Vivir con Tere, dice Cristina. Crearon su propio paraíso, en cuya naturaleza se incluía ser amigos de sus amigos: esa clase de paraíso, al que pueden acceder no los que siempre dan, no los que siempre reciben, sino los que son propicios a un ánimo de reciprocidad.