RECORDANDO A AVELINO
       Pero Avelino, sintiéndose un hombre feliz, sabía que no vivía, que no vivimos, en un mundo feliz. Por eso en “Los hijos de Jonás” quiso mostrar en una clara contraposición a la novela anterior que “la imposibilidad de sobreponerse a los condicionantes sociales, que plegarse a las circunstancias no queridas y a dictados convencionales engendra la tragedia”. La tragedia, y añadiría yo, recordando el artículo de Larra sobre “las circunstancias”, también engendra el ridículo de quienes remiten sólo a ellas la explicación y la causa de todas sus aflicciones.

    Sobre su última novela “La señora Lubomirska regresa a Polonia” (que aún no he leído) declaró Avelino: “Rompe mi trayectoria; la encontré leyendo los periódicos, y lo que le pasa es un símbolo de la trayectoria de Europa, su vida está marcada por sus acontecimientos trágicos”.

    Quizá no se extrañara Avelino si me oyera afirmar que mi preferida es “Almirante Montojo y Commodore Dewey”. Narra en ella el desigual enfrentamiento naval en 1898 entre EEUU y España en Cavite, en la ensenada de Manila, mediante relatos paralelos de la actitud y comportamiento de ambos marinos; para concluir incitando a una reflexión sobre el ganar o perder, a partir de la suerte posterior del comandante victorioso y del derrotado.

    Montojo a su regreso a España atendido por el presidente del gobierno, recibido por la Reina madre, saludado por el rey, y tres meses mas tarde juzgado por un Tribunal Militar, encarcelado y condenado.

    Dewey recibido como un héroe por multitudes enfervorizadas, luego abandonado de ese favor perdiendo la candidatura presidencial frente a Teodoro Roosevelt, (aquel subsecretario de Marina que había empujado al presidente McKinley a la guerra) ¿Ganar perder? La suerte de aquellos hombres ya no importa. Ganó EEUU, perdió España. Pero no porque perdiera las Filipinas, como Cuba, sino porque perdió una ocasión de aprender colectivamente. No cuenta mucho Avelino de la España de aquel tiempo, una línea tan sólo: “la opinión pública española era un océano desbordado”.

    Entre quienes, a mi entender, han dejado mejor contada, aquella situación crítica de 1898, está don Manuel Azaña, que fue secretario y luego presidente de este Ateneo que hoy nos acoge. Estamos precisamente junto a su despacho, desde el que llegó al Gobierno Provisional de la 2ª República, según ha recordado Manuel Núñez Encabo que, como vicepresidente del Ateneo, nos honra con su compañía.

    Como homenaje a la histórica figura del republicanismo y del Ateneo no me resisto a copiar una larga cita de su artículo “A vueltas con el 98”, escrito veinticinco años después:

“Dejando a los hombres que no necesitaron de las derrotas de 1898 para descubrir la decadencia (o lo que fuera) de España, notemos por su generalidad cierto rasgo en la reacción sentimental que sucedió al desastre: es el desencanto, la desilusión, el chasco... los que en 1898 editaron las formas populares (literarias y políticas) del desencanto nacional eran hombres inexpertos, inexpertos en el orden de los sentimientos por ser jóvenes, inexpertos en el orden de la inteligencia por ser españoles.

Importa mucho señalar este género de inexperiencia. Es típica de los españoles. No nos aprovechamos del esfuerzo ni del saber de nuestros antepasados; todo lo fiamos a nuestro escarmiento personal. Será que la cultura en España es discontinua, inconexa, será que cada generación desaparece para siempre en un abismo de olvido. Los españoles no heredamos ninguna sabiduría...”. “La mayor parte de España comulga en la incredulidad senil y burlona de don Juan Valera”.