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Manuel González Morante
Dicen que el mayor dolor, cuando se pierde un ser querido, es la angustia de pensar que podemos llegar a olvidarlo. Dicen, también, que la mejor terapia es descubrir cuánto esa persona nos ha dejado dentro, cuánto nos ha influido, cuánto ha cambiado nuestras vidas por conocerla y tratarla, porque eso siempre estará en nosotros y nos la hará presente. Todas las personas que nos rodean dejan algo en nosotros, pero unas más que otras. Y siempre queremos más a  las que más dejan en nosotros. Por eso, precisamente, las llegamos a querer tanto. Manolo nos influyó mucho y conocerlo y tratarlo cambió mucho nuestras vidas. Por eso lo hemos querido mucho.

En estas últimas horas, algunos de sus más allegados comentábamos con qué palabra podíamos definir mejor lo que Manolo ha significado para nosotros. Y, concluíamos que, además de amigo, compañero o camarada, como el decía, a la antigua usanza, Manolo, para muchos de nosotros ha sido maestro.

Ha sido un hombre, es un hombre que se hizo a sí mismo, desde su entrada en la Escuela de Aprendices de la Naval de Reinosa, pasando por sus estudios nocturnos hasta hacerse Ingeniero Técnico o, ya tardíamente, Graduado Social. Siempre estudiando, siempre leyendo, cogiendo apuntes en todas las reuniones. De él aprendimos el rigor y la generosidad en el trabajo. Siempre nos inculcó lo importante que era formarse.

Pero, sobre todo, aprendimos de él lo importante que es comprometerse seriamente y entregarse de lleno a las causas en las que creemos. Él lo hizo.  Sintió pronto el amor a la libertad, pero descubrió enseguida que si no hay libertad para todos, uno tampoco es libre. Y eso le llevó a comprometerse sindical, social y políticamente, defendiendo posturas difíciles, muchas veces, por ir contracorriente.